jueves, agosto 02, 2007

Memorias del solo (aparición)

En una afiebrada noche de octubre, con la tristeza en cuarto creciente y el amor en cuarto menguante, conocí a un solo de lo más extravagante: Se bebía la noche de un trago y tomaba el amanecer en pequeñas dosis de olvido. Este solo sabía hermosear de lo lindo, besaba en los umbrales y lloraba en cada esquina. Lo vi en la barra de un bar de insomnio, de esos donde no importa lavar las copas pero siempre hay que barrer las penas cada noche antes de cerrar. En la mesa del fondo un viejo tarareaba un tango y ahogaba los fantasmas de la rondante muerte en un pocillo de café. Al lado de la ventana una dama miraba inquieta hacia la calle mientras apagaba el onceavo cigarrillo de la espera en un atestado cenicero. Más cerca de mi un joven acodado en la mesa, con las manos en la pera, dejaba oír un suspiro detrás de otro, frente a su rostro podía verse una servilleta donde estaban escritos sus anhelos: “Algún día… algún día”.

Mientras todo esto sucedía los ojos del solo se apagaban como faroles en la mañana y lo oía repetir: “No se puede vivir tan mal dormido, realmente no se puede… pero... tampoco se puede dormir tan mal vivido… eso si que no se puede.”

Esa noche, entre suspiros y recuerdos, el solo y yo, bebimos y conversamos hasta el amanecer. Luego de caer en los lugares comunes, propios de cualquier charla de bar, cuando la concurrencia comenzaba a menguar el solo me hizo una confesión que aun resuena en mi cabeza. Me dijo que sabia lo que la gente comentaba sobre él: Que nunca había tenido ni madre ni padre y se había criado en la calle entre putas y mercaderes; que había perdido una enorme fortuna en el juego y por eso se había ahogado en la bebida; que una mala mujer lo había abandonado, dejándolo en la calle sin ninguna razón para vivir; otros incluso llegaban a decir que había sido un afamado cirujano, que había perdido su prestigio al dejar morir a un paciente por un imperdonable descuido. Pero todos se equivocaban, me dijo el solo, no porque realmente importara la veracidad de esos dichos, aunque algunos fuesen francamente ridículos, sino porque todos coincidían en que una gran tragedia había sellado su destino.

Antes de terminar su trago, encender el último cigarrillo y sumergirse en la mañana, el solo me miró a los ojos y dijo las palabras que nunca podré olvidar: “Todos los que sobre mi hablan se equivocan ya que no hubo ninguna gran tragedia que sellara mi destino. Una serie innumerable de pequeñas tragedias y pequeñas dichas fueron las que marcaron mi camino y lo que realmente importa es que aún sigo caminando.”

En una afiebrada noche de octubre, con la tristeza en cuarto creciente y el amor en cuarto menguante, conocí a un solo de lo más solo, y al fin supe que yo no era el único.